domingo, 22 de enero de 2012

Me gusta el fútbol

Ya lo decía la canción. Los domingos por la tarde es la mayor/ de mis aficiones/ Me gusta el fútbol... Y yo reconozco que me gusta el fútbol. Pese a que mi padre no ha sido nunca aficionado, la influencia de mis tíos maternos y mis primos me convirtieron en forofo de este deporte desde pequeño. El fútbol me ha hecho feliz, me ha entristecido (nunca me ha dado por llorar, la verdad) y me ha permitido compartir experiencias con amigos y conocer a mucha gente durante mi (breve y poco fructífera) etapa como jugador.


Yo crecí coleccionando los cromos de Vicente del Bosque, Valdano, Camacho, Víctor, Calderé, Lineker, Gordillo, Calderón, Dassaev, Bengoechea, Mágico González, N'Kono... Apenas había un par de partidos televisados a la semana: los del miércoles de Copa de Europa (me sigue gustando más ese nombre que el actual de Champios League) y el del sábado en La 2 (o después en Canal Sur). La gente se pasaba la tarde del domingo pegada al transistor y con la quiniela en la mano para comprobar si los 14 lo sacaban de pobre y después te peleabas en tu casa para que te dejasen ver los resúmenes de Estudio Estadio...


Pero todo esto ha cambiado. Y yo creo que a peor. El fútbol se ha convertido en un espectáculo en el que el dinero prima incluso por encima de valores esenciales como la deportividad, el sacrificio y la humildad. El negocio ha fagocitado por completo al deporte en sí y cada día vemos nuevos ejemplos de cómo la profesionalización y la irrupción de las multinacionales en el negocio siguen hundiendo en el barro lo que antes era un deporte.


Sé que muchos se aferrarán a los logros conseguidos y satisfacciones proporcionadas en las últimas décadas por nuestros clubes y también al quinquenio glorioso de nuestra Selección. Yo he gritado y saltado como loco por todos estos triunfos. De hecho, la final de la Copa del Mundo la vi y celebré en El Cairo, en mi último día de Luna de Miel y jamás lo olvidaré. Pero eso no hace más que extender la cortina de humo que envuelve a este negocio con una serie de oscuras lagunas a su alrededor.


El deporte es salud, valores de superación, compañerismo, esfuerzo, disciplina... Eso debe ser lo que se transmita a los niños y niñas que lo siguen cada día. Ellos deben aprender que el deporte es nobleza y no la batalla campal (dentro y fuera del terreno de juego) en la que se ha convertido cada partido. Mal ejemplo dan los mayores (como casi siempre) en un escaparate como el que ofrece cada partido, con centenares de medios de comunicación presentes. Pero todo esto se olvida con un partido benéfico en Navidad...


Los clubes profesionales son Sociedades Anónimas Deportivas (SAD). Todos menos cuatro: el Real Madrid, Athletic de Bilbao, FC Barcelona y Osasuna. Este sistema puesto en marcha a finales del pasado siglo intentó organizar y controlar el festín generalizado, desde el punto de vista económico, que era en esos momentos el fútbol de elite. La deuda de los equipos con sus trabajadores (no sólo jugadores) eran tremendas. Tanto o más que sus deudas con Hacienda o la Seguridad Social. Es decir, con todos los españoles. Pero dos décadas después, esta medida de las SAD ha sido yerma.


Las deudas siguen siendo cada año mayor. Hablamos de unos 4.000 millones de euros a trabajadores, proveedores, Hacienda y a la Seguridad Social. Es curioso. Si un empresario cualquiera en España tiene una deuda con la Administración (no hace falta llegar a los 4.000 millones de euros, sino mucho menos) tiene un serio problema. Además de los embargos judiciales,visitas de inspectores o bloqueos de cuentas corrientes no puede aspirar un contrato público. Y no siempre estas deudas son por despilfarro, como en el caso del fútbol, sino por la maldita morosidad.


Pero aquí no importa que los clubes de fútbol profesionales estén endeudados hasta las cejas. La gente sólo quiere ver cada domingo al equipo de sus amores ganar. Y si es posible, que su eterno rival pierda. Nadie pone el grito en el cielo en estas sociedades anónimas deportivas fraudulentas. Ningún organismo competente da un paso adelante para frenar esta situación que va camino de una difícil situación.


Mientras, las pequeñas y medianas empresas, generadoras de empleo y riqueza, se desangran y encuentran demasiada incomprensión a la hora de negociar con la Administración (claro ejemplo: la obligación de adelantar un IVA facturado pero que no se ha cobrado). Otros han tenido (y tienen todavía) puente de plata para gastar lo que no tienen o ponen al sector público entre la espada y la pared para que la masa enfervorecida de aficionados no castigue en las urnas a éste u otro partido político por no apoyar a su equipo en un momento de necesidad. ¿Necesidad? Creo que desde hace unos cuántos años hay familias más que necesitadas en España. Pero incluso muchos de sus miembros se preocupan más de los problemas de los jugadores de su equipo que de su propia situación.


¿No será que tenemos lo que queremos?







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